POR: BRUNO ROLANDO GONZÁLEZ PUENTE
REVISTA VOCES DE PROVINCIA \ AÑO II EDICIÓN 01 | VOZ ACTIVA
Uno de los mayores desafíos que tenemos como formadores Maristas es contribuir a que la persona que pertenezca a nuestras instituciones sea un buen cristiano y ciudadano donde “la tarea de promover el crecimiento humano es inherente al proceso de evangelización” (MEM 70).
Nos interesa la persona en su totalidad, no solamente que crezcan en conocimiento, aprendizajes técnicos o fórmulas matemáticas sino también son igualmente relevantes sus emociones, pensamientos, conductas, interacciones sociales, crecimiento físico y su espíritu.
En esta ocasión, haré énfasis en la dimensión psicológica. Gozar de salud mental permite a todo agente educativo (estudiante, docente, directivo, padres de familia) contribuir a la misión de formar a un cristiano comprometido con su fe así como un ciudadano responsable de construir el tejido social de la comunidad a la que pertenezca con prácticas que contribuyan al desarrollo individual y comunitario.
La Oficina de Información Científica y Tecnológica para el Congreso de la Unión (INCyTU, 2018) en su artículo publicado Salud Mental en México destaca que “la buena salud mental permite a las personas reconocer sus habilidades, superar el estrés cotidiano de la vida, trabajar de manera productiva y hacer aportaciones a la comunidad. La salud mental mejora la actitud de los individuos y comunidades y permite alcanzar sus propios objetivo”.
Cortés (2021) complementa que la salud mental es algo más que la ausencia de trastornos o discapacidades mentales.
Quisiera poner un ejemplo: un estudiante que goza de salud mental le permitirá ser funcional académicamente, afrontar los retos y el estrés que representen sus materias más complejas, buscar las soluciones a sus problemas, reconocer sus capacidades y talentos, identificar sus limitaciones, confiar en sí mismo, responsabilizarse de sus errores y desarrollar relaciones satisfactorias con los demás donde probablemente brindará un trato digno al otro.
Esto lo puede lograr incluso con un diagnóstico preestablecido y con su tratamiento pertinente, guiados por la orientación académica- científica del profesional de la salud mental. Como dato que nos permita dimensionar este hecho, comparto el siguiente: “El 17% de las personas en México presenta al menos un trastorno mental y una de cada cuatro lo padecerá como mínimo una vez en la vida. Actualmente, de las personas afectadas, solo una de cada cinco recibe tratamiento” (INCyTU, 2018).
Ante este dato, es una realidad que tanto el presupuesto como los espacios públicos y el personal de salud mental son limitados para atender a toda la población mexicana. El acceso inmediato a estos profesionales está supeditado a la capacidad económica para solventar los costos.
Afortunadamente, los colegios Maristas cuentan con el apoyo de un Departamento Psicopedagógico que brinda atención en primera instancia para la detección oportuna de algún malestar psicológico o barreras en el aprendizaje que pongan en detrimento la seguridad emocional-psicológica del niño, niña y adolescente. Esto es generar esperanza.
Es un hecho que posterior a la vivencia del confinamiento obligatorio que provocó la pandemia del COVID-19, las tasas de ansiedad, depresión, pensamientos suicidas y estrés postraumático se dispararon en gran parte del mundo. Además, los índices de violencia doméstica se recrudecieron y las pérdidas de empleos provocaron el surgimiento de estrés familiar en casa. Todo agente educativo de los colegios Maristas debe encontrar en cada colaborador un espacio seguro donde pueda verbalizar sus emociones, expresar sus ideas, manifestar sus inquietudes, compartir sus alegrías, éxitos o fracasos, sin sentirse vulnerable ante la crítica del otro.
Como docentes, psicólogos, directivos y padres de familia debemos estar atentos a esta parte que no es visible pero que se exterioriza con la conducta: las emociones y pensamientos del estudiante. Validar, escuchar, atender y acompañar, brindar las estrategias necesarias para salvaguardar su integridad y bienestar.
Uno de los factores que mayor grado de satisfacción genera pertenencia en los estudiantes es la calidad de la relación con sus docentes, padres y la escuela en general. Fuerte (2017) describe que PISA encontró que “los estudiantes más felices tienden a reportar relaciones positivas con sus maestros”, afirma que se sienten menos ansiosos y estresados, incluso en temporada de exámenes, cuando tienen un maestro en el que pueden confiar.
Esto nos conduce a potencializar un factor de protección para favorecer el cuidado de la salud mental: Ambientes sanos y de protección al estudiante, esto le permitirá darse cuenta que el colegio marista es un entorno seguro, de colaboración y apoyo en la búsqueda de mi bienestar. Esto genera un alto grado de pertenencia.
Es humanamente deseable estar en entornos que me ofrezcan esas condiciones de apoyo, afecto y cariño. Con ello también cumplimos con la premisa de educación que nos heredó San Marcelino Champagnat: “Para educar a un niño hay que amarlo”.
Finalmente, quisiera resaltar algunas prácticas educativas que permitan reforzar el cuidado de la Salud Mental en los colegios Maristas:
1.-Profesionales competentes y actualizados en el campo de la salud mental.
2.-Promover la enseñanza de educación emocional dentro de los programas curriculares.
3.-Escuchar a los estudiantes.
4.-Establecer límites sanos.
5.-Dar clases en diferentes escenarios y perder el miedo a divertirse.
6.-Mantener una actitud positiva en clase.
7.-Generar oportunidad de trabajar en equipo y ser coevaluados.
8.-Fomentar el pensamiento crítico en clase.
9.-Trabajar el miedo al fracaso y la tolerancia al error.
10.-Romper con los estigmas, estereotipos negativos o prejuicios sobre las prácticas de salud mental.
El cuidado de la salud mental y la educación sobre este tópico es uno de los grandes desafíos que tenemos en nuestros colegios. Cada vez es mayor la necesidad de hablar con total naturalidad que asistimos con el psicólogo o psiquiatra de hablar de mis problemas o situaciones personales. El INCyTU (2018) nos proyecta que para el 2030, la depresión será la segunda causa de discapacidad de años de vida saludable a escala mundial y la primera en los países desarrollados.
Sin duda, trabajar en ello brindará esperanza y contribuiremos al apostolado de nuestra comunidad.
Referencias:
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