PRIMERA ETAPA
Los Hermanos Maristas cumpliremos el próximo 21 de julio del año 2024, ciento veinticinco años de haber llegado a tierras mexicanas.
Por tal motivo hemos decidido que el año 2024, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, venga acompañado de una serie de celebraciones y eventos que nos permitan: por una parte, recuperar la memoria de lo vivido en este arco de tiempo y elevar una sentida oración de gratitud y alabanza a nuestro buen Padre Dios y a nuestra buena Madre María, que nos han acompañado en todo momento, y por otra, lanzar nuestra mirada hacia el futuro, con el fin de discernir las nuevas llamadas que el porvenir nos hace. Ojalá que sepamos responder con fidelidad creativa, esto es, con los ojos, el corazón, la clarividencia y la audacia de Marcelino Champagnat, nuestro fundador, a estos nuevos e inciertos escenarios.
A continuación, reseñamos de manera muy sintética las principales etapas de este período de tiempo.
LOS PIONEROS, 1899-1914
Los fundadores de la obra marista en México fueron el H. Pedro Damián, el H. Anselmo y el H. Filogonio, el primero francés, los otros dos españoles. Salieron del puerto del Havre, Francia, el 1 de julio de 1899 y llegaron a Guadalajara el 21 de julio del mismo año. Un mes después iniciaron el curso escolar en el Colegio de la Inmaculada. Ese mismo año llegaron a nuestra patria dos grupos más de Hermanos, uno a Mérida Yucatán en el mes de octubre y otro a Guadalajara en el mes de diciembre. Nuestra patria contaba con alrededor de 14 millones de habitantes, de los cuales tres cuartas partes eran analfabetos y vivía los tiempos porfirianos de “poca política y mucha administración”.
En los años subsiguientes llegaron en oleadas sucesivas Hermanos franceses, españoles, suizos, e italianos y se regaron por los cuatro puntos cardinales del territorio nacional. En el estado de Jalisco, fundaron en Guadalajara y Cocula, en Yucatán en la ciudad de Mérida y los pueblos de Maxcanú, Valladolid, Espita, Ticul y Motul, en la Ciudad de México, establecieron colegios en las calles de la Perpetua, Morelos, Puente de Alvarado, y en las colonias de Tacubaya y Tlalpan, en el estado de Michoacán en Cotija, Jacona, Zamora, Uruapan y Sahuayo, en Tabasco, en San Juan Bautista (hoy conocida como Villahermosa), en Chiapas en San Cristóbal de las Casas, en Campeche, en la capital Campeche, en Oaxaca en Tehuantepec, en el estado de Guanajuato en Irapuato y León, en Hidalgo en Tulancingo, en Morelos en Cuernavaca, y en Nuevo León, en Monterrey.
En los lugares mencionados establecieron colegios, la mayor parte de nivel primaria con una matrícula de alrededor de doscientos alumnos, cada uno. También fundaron escuelas de artes y oficios, varios internados, cuatro colegios de nivel preparatoria (que en aquel tiempo era equivalente a la secundaria), una comunidad misionera itinerante y una editorial-imprenta. Para 1914, el número de Hermanos se había elevado a doscientos, el de alumnos a cuatro mil, el de escuelas era de alrededor de treinta, de las cuales una tercera parte fue de carácter semigratuito.
Desde el inicio nuestros pioneros le apostaron a la pastoral vocacional y lograron acompañar a buen número de jóvenes mexicanos que llegaron a ser excelentes Hermanos Maristas. También desde el inicio se organizó el sistema completo de formación inicial con las etapas de Juniorado, Noviciado y Escolasticado.
Los logros alcanzados estuvieron mezclados con momentos de prueba. La principal fue la fiebre amarilla que nos arrebató a diez Hermanos jóvenes en la flor de la juventud, estos Hermanos atendían sobre todo los colegios que fundamos en Yucatán y Oaxaca. El Provincial de la época escribió al respecto: “Las obras que Dios quiere, deben pasar por la prueba para merecer su protección y sería una cobardía abandonarlas porque se encuentran dificultades. Todas las Provincias del Instituto se glorían de contar con puestos de combate que exigen más abnegación. Nuestra Provincia tiene abundancia de estos sitios de honor, en esto debe estar orgullosa”.
Nuestros Hermanos pioneros nos heredaron un ejemplo elevado de entrega, superación y abnegación que agradecemos al Señor, ejemplo que nos desafía permanentemente a ser igualmente generosos.
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